En la antigua selva del Mayab, todos los animales se reunían con sus iguales para debatir soluciones a los problemas que les aquejaban.  Las fieras lideradas por el jaguar, se reunían a la orilla de un enorme río, y nadie más podía ocupar su lugar. Los primates escogieron la ceiba más alta y frondosa para poder trepar en sus ramas e intercambiar sus opiniones, aunque muchas veces no se podían entender en medio de tanto alboroto. Ya lo saben, los monos nunca se pueden quedar callados. Por otro lado, los ciervos, venados, y los jabalíes encontraron antes que nadie un hermoso y amplio claro en  el que cabían todas las manadas sin ningún inconveniente, pues entre ellos no había un líder autócrata, sino que que se pedía la opinión de la mayoría para poder tomar una decisión. Así sucedió que la gran mayoría de los animales vivían en paz y armonía en un ciclo eterno de vida y muerte, pero por el contrario de los animales terrestres y marinos, las aves, que son conocidas por su volatilidad y sus constantes migraciones, no habían establecido un consejo como los demás. Así que el Gran Espíritu del monte, que todo lo sabe y la magia mana de él, convocó a todas las aves en kilómetros a la redonda y les dijo:

-Todos los animales viven en equilibrio, al igual que ustedes. En los cielos y los suelos abundan sus hermanos y hermanas, pero, las reglas no son parte de ustedes. ¿Quién va a gobernar en su nombre?

Y las aves empezaron a cacarear y cantar confundidas, mirándose unas a otras. Porque todas eran distintas entre ellas, a pesar de que cargaban con plumas de colores, cada una de ellas. Los zopilotes dijeron:

-Uno de los nuestros debe gobernar, puesto que nosotros somos los amos del cielo. Les avisaríamos si un jaguar se acerca, para que las gallinas y los pavos puedan huir -y con ojos maliciosos se miraban unos a otros-.

-¿Y si nos guían hasta una muerte segura, y luego se comen nuestros restos? ¡No podemos confiar en ellos!- gritó muy molesto un pavo de monte desplumado que había perdido gran parte de sus plumas en una mortal batalla con un gavilán y apenas había salido con vida.

Los zopilotes, fingiéndose muy ofendidos, se retrajeron del resto del grupo y no dijeron más, y la discusión siguió entre las aves, pues es bien sabido que a todas les gusta hablar de más.

-Nosotras las gallinas, debemos ser quienes gobiernen. Vivimos tan cerca de los hombres que les podríamos avisar en el momento mismo que decidieran ir en su caza -dijo una muy gorda con el pescuezo alzado de orgullo, pero la sorpresa llegó, cuando después de la declaración de la gallina, todos rompieron en risa, hasta el cardenal casi se cae de su rama por no aguantar.

-Claro, si es que acaso sobreviven a las manos humanas, o logran ser los suficientemente veloces para avisarnos, seguramente huirán ¡ridículas cobardes! -se burló un cardenal, todos estallaron en risas de nuevo.

Al fin que cuando uno proponía, todos se oponían, así fue que el Gran Espíritu, apacible, como siempre las hizo callar a todas con ademán parsimonioso, que sin embargo todas acataron con respeto en cuestión de menos de cinco segundos.

-Hermanas aves, todas han tenido oportunidad de dictar un discurso, pero entre ustedes no se pueden poner de acuerdo, así que me veo obligado a intervenir. Ya que sus oídos son sordos a palabras, los ojos harán de jueces, por lo que les digo esto: El que de ustedes logré el mejor atavío, rey de las aves se proclamará. Tiene hasta antes del anochecer.

Dicho esto, el Gran Espíritu dio media vuelta y desapareció en la espesura de la selva. Las aves salieron volando, corriendo, saltando o como pudieron para conseguir el mejor traje que impresionara al Gran Espíritu. Algunas se pintaban con frutos que encontraban en el camino, otras picoteaban sus plumas, de manera que parecieran más revueltas y abultadas. Unas cuantas se cosían mariposas coloridas, y lucían más hermosas que las demás. Pero había un ave torpe que no sabía qué hacer, pero deseaba desesperadamente ser el rey de todos y conseguir su admiración y respeto. El pavo Cutz, que no tenía nada de encanto no se le ocurría ningún truco para hacerse más bello que las aves con mariposas, pero cuando el despistado Puhuy pasó por ahí, su maliciosa mente ideó de repente un plan que le haría ganar el trono de las aves. Le dijo al Puhuy:

-Oye, Puhuy, tú ya eres suficientemente hermoso así como estás, yo creo que tú vas a ganar.

-¿De verdad lo crees? -contestó ilusionado el pobre ingenuo.

-Así lo creo. Aunque aquí entre nos, he escuchado que lo que el Gran Espíritu busca, es un traje más bien sencillo, que denote la humildad del corazón, es lo que dicen los cardenales. ¿No ves que ninguna ha ido en busca de un nuevo plumaje?

-Tienes razón, pero ¿qué hago?

-Mira, la verdad es que yo no ando en busca de aquel trono, no va conmigo. Pero si quieres dame, tus plumas y yo las cuidaré por ti. Así cuando ganes la corona, no te olvides de tu amigo en Cutz cuando tenga hambre.

El pobre Puhuy, tan ingenuo, obedeció al pavo Cutz y le dio sus plumas. Para cuando el Gran Espíritu llegó a la hora comprendida, no necesitó nada más que ver al nuevo Dzul Cutz para nombrarlo Pavo Real, el rey entre todas las aves. Pero no pasó mucho tiempo antes de que los cardenales desenmascararán la mentira del Pavo Real, cuando encontraron a un tembloroso Puhuy detrás de un arbusto sufriendo frío por su plumaje robado. Y, el Gran Espíritu, sintiéndose defraudado, decidió darle un castigo ejemplar al Dzul Cutz.

Si por el monte del Mayab, te topas con Pavo Real, notarás de él una cosa. Que de todas las aves posee un plumaje sin igual, pero de su canto desagradable te debes siempre cuidar.

Por su cobardía y mentiras, el Pavo Real anda en el monte contoneándose muy soberbio, pero no vaya a ser que abra el pico para hablar a su amigos, porque su canto es tan horrible y estridente que parece estar llorando en lugar de cantando.

 

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