La Cultura Maya, es una de las más estudiadas y admiradas en la historia del hombre por su magnificencia arquitectónica, sus vastos conocimientos astrológicos, matemáticos, médicos y de agricultura -por sólo hablar de unos cuantos-, y aún después de cinco siglos de la llegada de los españoles a las costas mexicanas, sigue asombrando los vestigios de la cultura que luchan por prevalecer.

Una de las características que identifican a la cosmogonía maya -y a la mayoría de las civilizaciones anteriores a la era cristiana, consideradas paganas en su momento-, es la variedad de deidades zoomorfas o la costumbre de ponerle nombres de animales de la selva a los mismos (Kukulcán, Ek’ Chuak, etc.). Por ello, no es sorpresa encontrar en los muros de las ruinas arqueológicas imágenes de estas deidades representando escenas tradicionales. Sin embargo, uno de los animales más predominantes en esculturas, escenas y vestimenta maya, es el jaguar. La elegancia que la realeza antigua anhelaba y hacía lo que fuera por conseguirla.

Un vistazo al pelaje rojizo claro que con a la luz del sol refleja aquel brillo que el ser humano ha buscado desde tiempos inmemorables porque le inspira grandeza y lujo. El rojizo brillante se ve complementado por las manchas en forma de rosetas irregulares que en lugar de manchas parecen pinceladas perfectas y no nos permiten alejar la vista de ellas. Era esa piel la que los sacerdotes y la realeza maya codiciaban y a la que únicamente ellos tenían acceso. Incluso, algunos estudios sugieren que probablemente los artesanos que hacían los objetos con imágenes de jaguares y la población en general, difícilmente habrían visto uno en persona. Esto lo dicen, ya que no se han encontrado restos de estos animales dentro de las ciudades y por la forma tan alejada de la realidad que presentan los trabajos en muros, vasijas, etc. y se creía que eran los sacerdotes y los miembros de la realeza quienes les describían las formas cuando pedían que se les hiciera alguna artesanía.

Jaguar rugiendo
Jaguar rugiendo

 

Haciendo a un lado esto, lo que sí es verdad, es que para los mayas, el jaguar era un símbolo inconfundible de la virilidad y el poder masculino. Esto era por su imponente figura -es el felino más grande de América-; por su agilidad para trepar los árboles de la selva tropical;  las enormes garras con las que atrapa a sus presas y esos colmillos de grandes proporciones que hacen retroceder a cualquiera que los ve; sin mencionar que es un felino con una gran actividad sexual.

Estos imponentes felinos, cazan después de que cae el sol por las tardes y antes de que se imponga de nuevo, esta es la razón por la cual, era considerado una criatura ambivalente. Esto quieres decir que se creía que tenía influencia tanto en nuestro mundo como en el Xibalbá -el inframundo maya-. Contaban los mayas que podía ir y venir cuantas veces quería y poseía todos los secretos del mundo de los dioses y los espíritus.

Jaguar al asecho
Jaguar al asecho

El Balam, en la tradición maya antigua, era una especie de espíritu protector de las milpas y sus cultivos. A ellos encomendaban sus extensiones de territorio de cultivo y eran quienes intervenían con las deidades superiores para conseguir beneficios para sus campos. Cuando la tierra se tornaba árida, era momento de pedir al balam que interviniera con Chaac para que del cielo descendieran los torrentes de agua necesarios para que los frutos surgieran de la tierra.

La leyenda de cómo el Balam consiguió sus manchas

La leyenda cuenta que, cuando fue creado, el jaguar no tenía manchas y que se pavoneaba orgulloso en la selva, presumiendo a los demás animales su precioso e inmaculado pelaje que brillaba cuando los rayos del sol chocaban contra él. Los monos, que se burlaban de todos cuantos pasaban, notaron la soberbia que emanaba y, para mofarse de él, le lanzaron unas frutas para manchar su piel, cosa que provocó la hilaridad de los animales que estaban presentes. Furioso por la ofensa de la que acababa de ser objeto, el jaguar corrió tras ellos. Los monos, que en ese entonces carecía de la cola prensil que los caracteriza, no tuvieron tiempo de huir de las garras del gran gato, así que un par de ellos fueron devorados cruelmente por el animal. Muy tristes y enfadados por el crimen que el jaguar acababa de cometer, acudieron al señor del monte, y le contaron lo sucedido. El señor del monte, que siempre buscaba impartir justicia entre los animales para que reinara la armonía en la selva, les dio a los monos una larga cola que les serviría para trepar y deslizarse por los árboles. Así, la próxima vez que se toparon con el jaguar, le lanzaron frutas de nuevo, cuando todos comenzaron a reírse de él, este salió disparado detrás de ellos, pero para su sorpresa, no pudo alcanzarlos porque los monos le llevaban la ventaja de los árboles. Aunque decepcionado por no haber  cobrado su venganza, el jaguar desistió de su cacería y optó por ir a lavarse la fruta de su piel. Sin embargo, su sorpresa fue grande cuando aquellas manchas no se quitaban por más que las enjuagaba. De esta manera, el jaguar mantiene el recuerdo de su vanidad en las manchas de su piel.

Jaguar
Jaguar en la selva

Ya sea por su imponente figura, por la belleza de su pelaje, por la elegancia de su andar o la intensidad de su mirada, el jaguar representa para muchos un símbolo de poder que no cualquier otro animal puede equiparar. Por algo los antiguos mayas quedaron absortos por este grandioso felino.

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